viernes, 28 de noviembre de 2014

LOS MONSTRUOS DE LA VEREDA. DE ALUCINACIONES A OTRAS ENFERMEDADES


Vicente.

En  campo existe una lucha constante contra los monstruos del cultivo. Uno les llama así  a esas plagas que  devoran la siembra sin piedad alguna y hacen que uno termine el verano comiendo yuca con ensalada de papaya verde o lo peor: con lengua; bueno, si tienes la fortuna de morderte la lengua mientras comes.

Ese día fui al cultivo muy temprano como siempre  a quitarle los gusanos verdes a las hojas del tabaco. Parecía cosa de nunca acabar. Uno le quitaba tres y aparecían cinco. Llenaba la totuma con un montón de esas larvas hambrientas y luego las enterraba o las quemaba.

Al principio me daba mucho asco, pero uno se va acostumbrando con los días. No hay plata para el plaguicida, y si no hace nada, ellos  devoran todo,  y esas hojas que  muerden quedan como coladores. En la tabacalera se lo regresan a uno. Nadie compra eso.

Como siempre recogí la totuma llena de gusanos pero no los enterré, ni los quemé. Se me ocurrió algo mejor. Si había una cosa a lo que mi hermana le tenía miedo era a esos bichos, y verla correr de susto era algo que me daba mucha risa, así que decidí hacerle una broma. Los tapé con una hoja de bijao  y me los llevé. El plan era decirle que eran tomates y ver qué cara ponía cuando destapara el regalito.

Cuando éramos pequeños solía corretearla por todo el patio con un gusano en la puntica de una rama, se ponía roja y empezaba a gritar de pánico. Ahora ya habíamos crecido lo suficiente para tener familia y ser personas serias, pero yo nunca  supe de eso, yo solo sabía de bromas y de risas. Había gente que me criticaba por eso, pero en una vereda como Mata Perro, donde no había ni luz, ni nada en que entretenerse lo mejor para estar distraído era molestar, hacer bromas.

La vida no era fácil allá. No había  iglesias, parques, canchas de futbol, ni nada parecido; solo hierba, monte, árboles, plantas y gusanos, habían más gusanos que comida; más que plantas. Estaban en todos lados.  Yo tenía una fijación con ellos. Creo que hasta en mis ojos. A veces no me dejaban dormir.

-Mayo aquí te traje estos tomates para que hagas una ensalada.-

Caminó hacia mí sin el menor cuidado y  sostuvo la tutuma entre sus manos. Pesaba,  así que no sospechó.  Puse cara de serio para que no tuviera duda de que yo a veces podía ser amable con ella.

 Llevaba su trajecito de florecitas azules con fondo blanco, me pareció que flotaba en sus ropas. Que sensación más extraña me dio en el pecho cuando la vi darme la espalda. Quise detener la broma por un instante. Pero, esa sonrisa de medio lado que me acompañaba en mis travesuras inconscientes ya estaba en mi cara. No había vuelta de hoja.

Ella puso el recipiente en la mesa y levantó la hoja que la cubría, balbuceó unas palabras y calló al suelo.

Vaya susto, su boca se empezó a llenar de espuma y su cuerpo temblaba.

 Los gusanos se esparcieron por doquier. En su pelo, en su espalda, en el suelo, en la mesa, en el techo; subían por las paredes,  por mis zapatos. Se desplazaban con esa sensación de goma que dejan al pasar.

Un grito de mi madre y el silencio más profundo se rompió.

Agarré la hamaca, recogí una ropa mía que estaba secándose en el patio, la metí en  una alforja;  busqué una caja de fósforos, unos tabacos, mis abarcas nuevas y me fui.

Yo no iba a  andar cargando muertos. No iba a estar contentando  madres. Solo sabía una cosa: yo no tenía cara para estas cosas, así que lo mejor era perderme monte adentro, como lo hacía mi padre en sus viejos tiempos.

Después de varios días en el monte, durmiendo en la hamaca colgada de árboles altos y de trajinar entre la maleza, uno empieza a cansarse y a darse cuenta de que por entre las grietas de las peñas hay otros monstruos de la vereda: las serpientes. Con su siseo escalofriante me asustaban por las noches y no podía dormir del miedo a que alguna terminara trepándose en mí mientras dormía. ¿Por qué todos estos pequeños demonios me causan tanto escozor? Si se parecen a mí, son solitarios y escurridizos.

No había nada que hacer. La dieta del monte  me produjo diarrea, así que decidí regresar. Mientras bajaba de la montaña se cruzaron en mi cabeza mil pensamientos: que mi hermana había muerto, que mi madre estaba triste, que tal vez no había pasado nada y la iba a encontrar con sus vestiditos al aire, lavando la ropa con un tabaco en la boca;  hinchada de humo y de alegría, cantando las canciones que su novio Jaime le dedicaba.

Cuando llegué,  lo primero que vi al doblar la esquina de mi calle fue un niño jugando con un balón. Por un instante creí que tenía gusanos en su pelo. Pero no. Debe ser la situación que me puso  a alucinar. Seguí caminando con el burro al lado y vi mi casa. Había pasado un mes y ahí estaba yo, de vuelta.

La puerta estaba entreabierta y adentro Jaime cantaba un vallenato con su guitarra negra. Su voz triste se sentía quebrar por momentos. Seguí hasta llegar y abrir del todo la puerta.

Mi hermana estaba en cama con un vestido nuevo. Arriba en el zarzo un féretro con un candado, lo usaba como baúl para guardar sus cosas.

Nadie me miró, nadie me dijo nada, como si el muerto fuera yo.

Jaime se fue al patio con los ojos llenos de lágrimas.

-Venga papá. Ciérreme usted los ojos que ya  me llegó la hora.- Dijo Mayo, en agonía.

Papá extendió su mano que se alargó hasta el infinito. Sus dedos temblaban. Tocó la muerte con ellos y un instante antes de que llegaran a los parpados, los ojos de ella se cuajaron en aire, como viendo la nada, y su brillo habitual se convirtió en una masa gelatinosa, como los pescados cuando les ponen demasiada sal y luego se la sacan, así. Mirando la muerte de frente. Y luego la mano de mi padre le cerró los ojos para dejarla dormir su sueño eterno.

Solo hubo silencios, por muchos años. Silencios de gusanos que se treparon en mí, por todo el cuerpo, por los brazos, por las piernas, y aun los sigo viendo en cada cosa que agarro, en cada cosa que miro.

Cuando el ataúd bajó ayudado con cabuyas los tres metros abajo, los gusanos seguían saliendo por las orillas de la tapa. Aun masticaban la hierba que cubría su tumba muchos años después.

 

Mayo.

No es que me llame mayo, no. Me dicen así de cariño. Mi nombre es María como mi madre, como mi abuela; como seguramente se ha de llamar alguna de las hermanas, o sobrinas  que nazca después que yo muera. Una tarde estaba en la hamaca meciéndome y se me vino a la mente que alguna sobrina mía, en algún día futuro se llamaría también como yo,  quizá lo llevaría como segundo nombre. También se me ocurrió que a causa de eso podría llegar a sentir interés en su tía difunta y así escribiría la historia de mi vida. ¿Pero qué historia y qué vida? si mi existencia será tan corta que al final habrá parecido estos renglones.

 Aunque no me crean, yo sé el día exacto, la hora y la causa de mi muerte.

Nací en una vereda más allá del olvido, en las afueras del Carmen de Bolívar, enterrada en las montañas que también llevan mi nombre: Montes de María. Claro que se llama así por la virgen del Carmen, no por mí.

Aquí nací y aquí he vivido toda mi vida. Con mis padres y mis hermanos. Con la única entretención del caso que siempre fue tejer mochilas y luego llevarlas a vender al pueblo y así poder comprar telas para vestidos, algo de comida enlatada o esas pequeñas cositas que perfuman y hacen a una mujer más bonita.

Mi  papá y mi hermano mayor se encargan del cultivo, mi mamá y yo de cuidar de la casa y de mis hermanitos pequeños. A veces mi novio me venía a ayudar  con las cosas de la casa.

Somos una familia normal, a excepción de mi hermano Vicente,  que es algo así como el fenómeno que toda casa tiene. Es un ser humano detestable, que solo piensa en hacer bromas y en fumar tabaco. Es el mayor de todos, debería cuidar de los más pequeños, en lugar de eso vive asustándonos con animales del campo. A mí siempre está asustándome con gusanos. Mi mama dice que es culpa de él que yo sufra del corazón.

Las enfermedades son otra cosa acá. Uno puede ir a un médico a que lo vea y le diga que es lo que uno tiene, pero nunca hay plata para los tratamientos y los males se pasan solos. Pero esto que yo tengo, nunca se va a pasar, es peor cada día. A veces siento que me falta el aliento, se me acelera el corazón y esos dolores frecuentes en la mandíbula, el cuello, la espalda y el pecho.

Todos los síntomas dicen que tengo una enfermedad del corazón.  El médico me ha dicho que no fume, pero no hago caso, además que trate de no impresionarme. Como si yo escogiera asustarme o no de las cosas.

Hoy mi hermano José María fue a la huerta a quitarle los gusanos al tabaco. Él está más enfermo que yo con ese tema. Dice que no les teme. Pero, siempre está diciendo que en todos lados ve esos “monstruos.” Así les llama. Alucina, como si el tabaco que se fuma estuviera lleno de marihuana.

No es un buen día para quedarse en casa porque va a llover y quiero ver el cielo y que las gotas me golpeen la cara. El tiempo es corto. Me queda un mes de vida. Hay que salir y fumar mucho hasta que los dientes se pongan negros y la boca quede con ese sabor a tierra y las cosas den vueltas y pueda respirar todo el aire que baja de la montaña.

Hace un año compré un ataúd y lo tengo en el zarzo. Ahora mi familia me llama loca. Pero es que no quiero causarles molestias cuando me muera. No quiero ser una carga ni aun en mi muerte.

A veces es mejor ignorar las sensaciones que me dan con respecto al tema, hoy por ejemplo las he tenido todo el día. Pero, es mejor disfrutar cada momento como si fuera el último.

Hoy es un buen día para abrazar a mama, para besar a Jaime, incluso para hacer un almuerzo de reyes y que todos se sienten a comer juntos en casa. Incluso es un buen día para empezar a creer en mi hermano y entenderle todas sus alucinaciones y perdonarle todas las bromas. Es un buen día para hacer muchas cosas. Después ya no tendré voz ni aliento para nada. Es triste y doloroso saber que día moriré y no poder hacer nada, pero mientras llega el momento disfrutaré de cada cosa. Incluso hasta del simple hecho de hacer una ensalada. Con los tomates que  me ha regalado mi hermano.

 

 

 

 

 

 

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