viernes, 9 de octubre de 2015

Estar cansado, cansado de todo.

Estar cansado, cansado de estar sólo, de estar acompañado, de respirar a veces y de que otras veces te falte el aire.
Ser una pequeña hoja seca en medio la brisa de octubre, ir de un lado a otro sin saber si tu sitio al fin está en todas y en ninguna parte a la vez.
Una vez tuve un mal amor, era cruel y olvidadizo, no pudo detener el peso de mis besos y me dejó caer junto a las rocas de la playa. Luego tuve un buen amor, de esos que te hacen creer que serán por siempre y que son tan, pero tan buenos, que no puedes odiarlos porque son despiadadamente buenos, cruelmente buenos, de esos que te sostienen la caída, pero igual te caes.
Desde acá abajo sin reproches ya, aceptando el tiempo y la muerte a las espaldas, se ven con mayor atención las cosas que pasan: las rasgaduras del tiempo en el corazón, la mancha de amor que llevan los árboles en sus tallos marrones, la ligera marcha de los cangrejos, los pensamientos de las grices estatuas de todas las plazas y los espasmos del corazón cuando viene saliéndose por los ojos.

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